Y tu opinión, ¿quién la preguntó?

La tendencia a generarnos una opinión ante cualquier hecho o circunstancia que se nos presente en la vida es algo natural en los seres humanos. Nuestra lógica y sentido común, nos hace asumir como verdades lo que para otros pueden ser meras percepciones. 

Este proceso mental no lo podemos evitar; de manera que cuando vamos a una obra de teatro y nos aburrimos, aseguraremos que dicha obra es mala o tediosa. 

En principio esto no supone ningún problema –salvo para aquél que padezca de una percepción pesimista, con lo que la vida se le convertirá en una auténtica pesadilla– pero, lo que sí representa un inconveniente para todos, es cuando asumimos que dar nuestra opinión es necesario y relevante. 

Me refiero a esos casos en los que nadie ha preguntado, pero aun así sentimos la imperiosa necesidad de irrumpir y expresar lo que sentimos y pensamos. Esto suele ocurrir, mayoritariamente, a aquellas personas con complejo de salvadores quienes piensan que –a través de la expresión de sus certeras argumentaciones– salvarán una causa o al mundo. (Personas entre las cuales me incluyo). 

Esa fuerza que nos arrastra a desear ser alguien, a causar impacto, ayudar y/o tener relevancia, resulta muchas veces incontrolable, pues pensamos que si no decimos nada, nos perderemos de mucho. 

Lo irónico es que no son ni serán nuestras opiniones las que cambian el rumbo, sino nuestras acciones. Es lo que hacemos en el día a día lo que sí causa impacto tanto en nuestra vida como en los demás; siendo, precisamente, la acción de opinar una de ellas. 

De manera que, si nuestras opiniones incitan al odio, intolerancia, resentimiento o desprecio, ciertamente afectaremos al mundo, pero de forma negativa –así tengamos razón en lo que esgrimimos. 

A modo de ejemplo, podemos mencionar aquellos casos en los que se hace viral una de esas noticias extremistas que despiertan el miedo, los nervios y el instinto de supervivencia, y, con ello, la inexorable activación de la indiferencia hacia lo que esté atravesando el vecino del lado. Cuando esto sucede, los esfuerzos por promover la civilización que la humanidad viene procurando, se terminan disipando.

Si queremos, por tanto, ser la causa de la solución de los problemas mundiales, podemos empezar por hablar menos y hacer más; y que nuestras acciones contengan los componentes que el mundo realmente necesita para poder funcionar (amor, unión, tolerancia, reconocimiento, respeto…).   

Es por esto que, en lo personal, he decidido no hacer pública mis opiniones sobre lo que está pasando a nivel global, pues al no ser poseedora de la verdad sino de meras interpretaciones sesgada, no estaría incentivando la unión sino la separación y, con ello, me convertiría en una parte más del problema y no de la solución. 

Mi invitación, por tanto, es a que tú hagas lo mismo, pues no se trata de un acto de indiferencia o de cobardía, sino de hacer algo -o dejar de hacer- para evitar la propagación de tanto caos que asecha nuestra humanidad. 

Anterior
Anterior

Steps to Release Negative Emotions

Siguiente
Siguiente

Y la verdad, ¿quién la tiene?